El mundo está en crisis, España está en crisis, la sociedad valenciana está en crisis, y nada de lo que nos dicen los políticos, nada de lo que nos cuentan los medios de comunicación, nos permite vislumbrar un hálito de esperanza en el horizonte más cercano.
Los bancos no dan créditos, las empresas no establecen puentes de confianza entre ellas, los empresarios viven atenazados por un temor irracional a perder ventas y los trabajadores (que aún lo son) se encomiendan a todos los santos para continuar siéndolo, mientras empiezan a sufir recortes en sus nóminas. Recortes que se ven recrudecidos por el aumento del precio de las cosas, la subida de los impuestos y el encarecimiento de los servicios. Todo se vuelve más caro, cuando menos dinero tenemos. Todo se vuelve más oscuro, cuando más luz debería haber.
El miedo se ha impuesto en la concienda de las personas, sin que sepamos discernir con claridad quien ha causado todo este embrollo: los mercados, los sistemas financieros, los bancos de crédito, la burbuja inmobiliaria, las administraciones que han gastado a troche y moche o los consumidores que –dicen ellos- hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, como si nuestra casa, nuestro coche o nuestro campito de naranjas, (que no se venden ni a tiros), no estuvieran suficientemente pagados con nuestras hipotecas, bien aderezadas con jugosísimos intereses, suculentas comisiones u otros cobros por servicios bancarios que suben y bajan movidos por una siniestra mano invisible, gracias a compromisos de lealtad adquiridos a 15, 20 y 30 años.
Nos podemos sentir defraudados,- diràn- pero no engañados. Todo ha sido firmado ante notario, con nuestro beneplácito, nuestra aquiescencia y, como no, nuestros avales (el pisito, el cochecito y el campito). Todo esto es así, y así nos lo han contado, pues puestos a bucar unos culpables, bien pueden servir todos los anteriormente mencionados; pero puestos a pagar el desfase, la nómina se reduce a un pequeño grupo de sufridos sectores de la clase media: los asalariados, los pequeños empresarios, los funcionarios que menos cobran, los que no tienen empleo, los jóvenes sin expectativas de trabajo, los mayores con pensiones reducidas,…en fin, esa mayoría silenciosa, que cotiza sin rechistar, que no pueden amenazar al banco con retirar los fondos, que no tienen buenos abogados que les defiendan y que recurren a la administración sólo en caso de extraordinaria y urgente necesidad.
Les cuento todo esto porque, yo, José Miguel Sala, represento una pequeña empresa familiar dedicada a la producción y venta de productos apícolas: mieles, turrones, licores, y todo lo que puedan imaginar que producen las abejas y que, desde nuestra modesta industria, procesamos para el consumo humano. Desde nuestra empresa, tanto mi mujer como yo, recogemos el producto, lo envasamos, lo etiquetamos y lo vendemos, sin dejar de lado ningún control sanitario, ninguna reglamentación administrativa, ninguna recomendación inherente a nuestra actividad. Con nuestro dinero, damos promoción a nuestros productos y con el escaso tiempo que nos deja esta actividad, invertimos en I+D+I, utilizando para ello nuestra experiencia y nuestro bolsillo.
Este año estábamos en disposición de pedir una subvención a la Conselleria de Agricultura de la Generalitat Valenciana para poner en marcha el primer Centro Apícola Valenciano, una experiencia educativa, con sede en Turís, dentro de nuestra empresa familiar, cuyo fin último era el de promocionar el consumo de productos apícolas entre los más jóvenes. Enseñar a los niños valencianos, qué es la miel, cómo trabajan las abejas, que labor desarrolla la industria en el sector, dentro de unos parámetros de amor a los seres vivos, la naturaleza y la defensa de una apicultura valenciana que necesita, ahora más que nunca, el apoyo de las instituciones para dar un salto de calidad que convierta nuestra producción en bienes competitivos dentro de una economía globalizada.
La respuesta que se me dió es que este año no iba a ser posible apoyar a los pequeños empresarios, a pesar de que la orden que regula este tipo de concesiones sí que nos contempla como posibles destinatarios de las ayudas. El escaso dinero de las administraciones sólo iba a repercutir en organismos oficiales, que se encargaran de promocionar directamente nuestros productos, dejándonos nunca mejor dicho con la miel en los labios.
Si este fuera una comunidad dirigida por valientes, por personas dispuestas a grandes sacrificios, se invertiría el orden de las cosas y apostarían por dar mayor empuje y aliciente a las personas que más trabajan. Darían el apoyo necesario a los empresarios que presenten proyectos viables, que contribuyan a aumentar el empleo, que apuesten por innovar nuevos productos capaces de ser valorados por los consumidores. Ahora debería ser la hora de los valientes, de los que, más que servir para dar diagnósticos sobre enfermedades, se atreven a operar quirúrgicamente al paciente. Personas sagaces, capaces de generar confianza, habilitar créditos y ayudar a soportar cargas económicas.
Este pequeño empresario que aquí les habla echará a andar su proyecto de Centro Apícola Valenciano, tal vez sin el apoyo de la administración, probablemente con la comprensión y la paciencia de la familia y algunos amigos, y tal vez, sólo tal vez, la idea llegue a buen puerto. Porque ha llegado, queramos o no, la hora de los valientes, y los valencianos no nos podemos quedar atrás. Que ustedes lo vean.
José Miguel Sala
Mieles Sala Higón, S.L
jose miguel ,te done la enhorabona per la publicasio.ojala pugues continuar abant en el teu proycte.adeu
Jose Miguel en estos momentos eso es lo que hace falta que la gente no se calle y diga las cosas por su nombre y los que antes nos llamavan para darnos prestamos, hipotecas o polizas ahora estan sentados en sus mesas esperando a ver que pasa, pues como bien dices es el tiempo de los VALIENTES, como ves yo te apollo y te animo a que no dejes que tu idea quede es saco roto. desde monserrat estoy con tigo sige…
Aniceto Campos