Sobre los rescates financieros, habidos y por haber /Opinión: Miguel Costa

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Imaginemos por un momento, que un buen día, llamando al timbre, se nos presenta un vecino. Con absoluta normalidad le invitamos a pasar y amistosamente comenzamos a charlar.

Nuestro vecino comienza a contarnos diversos vaivenes económicos sufridos y nos pide que le ayudemos para poder salir de los líos en que se ha metido. Dependiendo de nuestra forma de ser y de lo lleno que están nuestros bolsillos nos planteamos tres opciones: negar la ayuda con un buen motivo o con cualquier excusa; prestarle una cantidad suficiente para sacarle del atolladero exigiendo unas importantes garantías de cobro; o bien sin garantías de cobro, aún a riesgo de que no nos lo devuelva nunca.

Situados en esta encrucijada, valoramos el esfuerzo que nos cuesta conseguir el dinero y nuestras necesidades venideras, la relación que tenemos con nuestro vecino, y finalmente, las consecuencias que tendría la decisión. Cada opción es perfectamente respetable puesto que las valoraciones que hace cada uno son personales. Pero como tenemos que inclinarnos por una opción, optamos por prestar dinero.

Una vez resuelto el dilema, y nuestro vecino ya se ha ido, aparece nuestra pareja. Tras contarle lo sucedido, la primera reacción es algo así como un “¿¿¿Cómo se te ocurre…???”. Y dejamos que la imaginación continúe la discusión conyugal…

Días después en la reunión de escalera, “Radio Patio” nos informa que las historias que nos contó nuestro vecino eran falsas. Unos decían que le habían prestado más, otros menos, algunos rumoreaban que despilfarraba… Ya que estaban allí mismo reunidos todos los damnificados, deciden aunar sus fuerzas para tratar de averiguar la verdad, y si es necesario, actuar conjuntamente.

Tras varios días de investigaciones se descubre que el agujero económico era muy superior a lo esperado y es altamente probable que no pueda devolver la totalidad del importe prestado. Por lo que se reúnen todos de forma conjunta para negociar una solución con el vecino. Unos son partidarios de no ayudar más al vecino, otros de ser firmes con él. Otros argumentan que si las condiciones son muy duras no podrá hacer frente a la situación y le condenaremos al impago. “Més val perdre, que més perdre”… Y si ya es difícil entre tanta disparidad de criterio alcanzar un acuerdo unánime, muchos comienzan a recordar “el caso es que mi pareja no sé qué pensará de esto…”. Con los reproches en mente “¡¡Te lo dije!!”. Entre la desorientación general, y los nervios a flor de piel, el acuerdo parece imprevisible.

Puesto que el problema no sólo implicaba a la comunidad de vecinos, y tampoco a todos por igual, quien más intereses tiene en recuperar su dinero impone su criterio: retrasamos parte de la deuda actual a mayor plazo, se le presta aún más dinero, pero a partir de entonces queda obligado a cumplir con las imposiciones que marcan los acreedores: acabar con el despilfarro y reequilibrar los ingresos y los gastos.

No hay que pensar mucho para darse cuenta que nuestro vecino en cuestión es Grecia, cuando en enero de 2010 se descubrió que falsificó sus cuentas. Al revisarlas a fondo, se vio la inviabilidad de la devolución de su deuda. En las siguientes reuniones de escalera, perdón, cumbres europeas, hubo que planificar el rescate para evitar males mayores. Uno de los damnificados es “nuestro” BBVA.

Entre todas las posiciones posibles, la más controvertida fue la de la Canciller Merkel, que le está costando el divorcio, no con su esposo, sino con su electorado. La ciudadanía alemana no quiere asumir que sus esfuerzos tributarios, sus reajustes y sus ahorros sirvan para pagar despilfarros griegos. Cuesta entender que “los socios de la Unión Europea” fuercen la dimisión de un presidente elegido democráticamente, hasta que nos situamos en la posición de los gobernantes. Imagino que Merkel casi habrá necesitado colocar una cabeza de caballo en el interior de las sábanas del expresidente Papandreu para forzar su dimisión. Porque seguramente la Canciller temía por la suya. No descartemos ver más episodios de “La Padrina”…

En cambio la posición más plácida ha sido la de nuestro gobierno, ya que en ningún momento la ciudadanía ha criticado mínimamente que España ponga dinero de todos nosotros para salvar a un país extranjero cuando nuestras cuentas no nos salen, asumiendo unas medidas totalmente impopulares que sí nos acercan al divorcio. En total, la aportación española al fondo de rescate europeo ronda los 83.000 millones de euros. Causa y efecto. ¿Y la reacción ciudadana?

Miguel Costa

1 Comentario

  1. Perfecto.
    Imaginemos que ese vecino que comentas, el que nos pide el dinero, resulta que lo gastó en comprar pisos y más pisos.
    El coste de los pisos en su momento ascendía a 700 millones de euros. Hoy en día apenas valen 100. Este vecino se niega a vender un solo piso pues si lo hace se descubrirá el pastel y tiene una deuda alucinante.
    Para colmo, los vecinos le apoyan escondiendo el desfalco, pues en el momento en que se conozca la magnitud del desastre no solo la finca sino el Ayuntamiento se va a encontrar endeudado.
    Esto son nuestras entidades bancarias un pozo de inmovilizado que ninguno se atreve a vender, pues al liquidar quedarían al descubierto.
    Lo gracioso es que en este caso, el caso Griego, una economía pequeña quedaría en mera anécdota.
    Y mientras la insaciable banca capta recursos, no para mantener la productividad, sino para esconder la trastada,no suministran liquidez a las empresas provocando su hundimiento.
    ¿Hasta donde llega el problema? Solo el sector financiero conoce la respuesta, pero… me temo que el agujero es grande.

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